Tenemos abandonado el Efeméritor y no por voluntad sino por obligación… (laboral, pero sarna con gusto… para mí pica igual…)
Bueno pero vamos con algo, más no fuese cortito… alguna referencia que nos recuerde los recuerdos…
La historia tiene esa hermosa capacidad de trasparentar nuestros genes culturales; revisarla entonces es revisarse y revisarse es conocerse. Cuanto más atrás nos vamos en el tiempo más profundo es el reconocimiento de nuestros hábitos y costumbres. Lo de hoy, vaya si es un acto habitual: hablaremos de afeitarse.
Si bien el término es hoy ampliamente utilizado para los preparativos faciales masculinos (y una que otra vecina bigotuda), fue muy utilizado en otros tiempos para todo aquello que significara un mejoramiento del rostro que, generalmente, intentaba lo imposible.
Pero volvamos a los hombres y, específicamente a sus barbas y bigotes. Se sabe ya que la costumbre de quitarse el vello facial se remonta a la más profunda prehistoria humana. No sería ilógico imaginar la necesidad de desnudar una serie de expresiones tan imprescindibles en tiempos en dónde la comunicación reposaba fuertemente en lo gestual. Una cara sin obstáculos expresivos se conseguía con una buena piedra afilada. Una; dudo que se haya inventado en esos tiempos la “Lito max 3” juntando con tientos de cuero tres piedras para una “mejor afeitada”… Ese cuidad facial masculino se mantuvo durante toda la historia dependiendo, obviamente, de las condiciones sociales del sujeto y de la época de la que se tratase, pero el apogeo en la moda del cuidado bigotil se dio sin dudas durante nuestro amado siglo XIX. Basta sólo mirar las miles de fotografías y retratos para advertirlo. En nuestro acervo nacional están presentes las inmortales patillas de Facundo Quiroga (moda bastante común, dicho sea de paso), pero también podemos recabar en los bigotes que a fines del siglo aparecieron para quedarse; Nietzche y ya entrado el siglo XX Dalí son ejemplos conocidos de una icónica manera de afeitarse el rostro.
Los cuidados necesarios generaron en los 1800 la figura del barbero como imprescindible para poder insertarse adecuadamente en los mejores círculos sociales.
Como lo es hoy la peluquería para las féminas, la barbería fue un centro de actividad social en el XIX y también en gran parte del XX, probablemente por no existir muchas otras alternativas que fueran del agrado de la verdadera autoridad de la casa.
Fue un inventor norteamericano, King Camp Gilette, quién inició la lenta pero inevitable muerte de las barberías domesticando la afeitada eficaz, al igual que ya lo hicieran con las máquinas de coser, escribir y fotografiar sus compatriotas Singer, Remington e Eastman respectivamente Gilette facilitó el acceso a un servicio históricamente prestado por terceros.
Hay como siempre fechas cruzadas. Algunos afirman que el 28 de septiembre y otros (el Crónicas del siglo XX, edición de Plaza y Janes dirigida por Jordi Galli) que el día 2 de diciembre del 1901 don Gilette refundaba su compañía como la Gilette Safety Razor, presentando su invento más revolucionario, las hojas delgadas desechables. Dice la historia que la gran pegada del muchacho fue el contrato con la U. S. Army para cubrir los requerimientos higiénicos de más de tres millones de soldados.
Setenta años después usaba yo en mi adolescencia un modelo muy poco diferente al patentado en 1904 (imagen superior), excepcional diseño lo que queda demostrado por su inigualable vigencia.
Hoy los mojones del camino a la madurez ya no se miden por la primera afeitada o los pantalones largos, pero en otros tiempos, pasados, muy pasados ya, la afeitadora personal era parte de una colección de objetos que, junto al reloj de pulsera y a la navaja portátil, contribuían a definir un perfil personal. Recibir esos regalos era trascendente, fundamentalmente porque ellos trascendían las generaciones (o al menos las décadas) absolutamente alejados del actual concepto de consumo y descarte; eran para toda la vida…
Para nosotros los de mi generación, a pesar de haber formado parte de ese tiempo de la trascendencia, poco después llegaron los nuevos desarrollos (de la misma empresa) y la descartable historia hoy conocida por todos…